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Lo que logra García Márquez cuando introduce escenas eróticas en la novela es imprimirle realismo a una historia donde nada debe quedar por fuera, porque está mostrando pasiones que son inherentes al ser humano. Cuando el novelista está interesado en narrar la vida de un pueblo sin tapar nada, debe incluir en su narrativa todos los elementos que le dan corporeidad. Así como cuenta el proceso histórico, las costumbres ancestrales, los fenómenos violentos, también debe hacerlo con los temas intimistas, donde quede reflejada la actitud del hombre frente al sexo. Lo importante es lograrlo con arte literario, dándole al lenguaje esa connotación artística que lo haga hermoso en la mente del lector.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En Cien años de soledad existen varios pasajes que muestran la maestría de Gabriel García Márquez para describir escenas eróticas donde se alcanza

una exaltación de la lívido sexual sin caer en la ramplonería, mostrándolas como ese derecho que tiene el ser humano al placer. Veamos, como ejemplo, lo que pasa con José Arcadio, el hermano del coronel Aureliano Buendía, cuando regresa a Macondo después de muchos años de ausencia. El hombre se dedicó a vivir de brindarles placeres sexuales a las mujeres de los países por donde andaba. Cansado de esta vida, regresa a la casa. Llega sin un peso en el bolsillo. Úrsula debe darle los dos pesos para pagar el alquiler del caballo en que llegó. Una vez en la casa, se echa a dormir tres días seguidos en una hamaca. Cuando decide salir a la calle, “después de tomarse dieciséis huevos crudos”, lo primero que hace es irse para la tienda de Catarino, que queda en la zona de tolerancia. Al llegar allí, ofrece pagar la cuenta de todos los que están bebiendo. Lo hace sabiendo que no tiene plata. (ALZATE, JOSE MIGUEL, EL EROTISMO EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD, 2016)

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